Day 1: 9th June 2024

La luna llena,
esmalte para cencerros.
Sonríe en su siesta una cigarra.
The full moon,
enamel for cowbells.
A cicada is smiling in its nap.

Hablando en plata, este es el primer intento de sacarme a la calle a cualquier hora todos los días para caminar y escribir. Estaba recordando lo que era un haiku y cómo capturar algo fugaz para la eternidad, y esto algo que me gusta muchísimo y creo que desde muy pequeña he hecho algo similar creando símbolos visuales, como las puntas de seguridad de las rejas y las palabras naranjas fluorescentes en la noche. Pienso también que esto de retarme diariamente a salir a pasear para escribir un haiku es genial porque caminar me conecta con el mundo exterior y escribir me conecta con mi mundo interior, y en el punto medio está lo que realmente quiero, capturar momentos mientras aprendo.

He salido a andar por este diminuto pueblo de alta montaña ya de noche, sin expectativas y con la mente tranquila, desde el principio escuchando el golpeteo de los cencerros de las vacas o las ovejas no muy cerca, todavía pastando, algo común tras el invierno con todo cubierto de nieve. Varias veces me he parado para leer mejor sobre las reglas métricas adaptadas al español y una de esas veces escuché una voz conocida, giré la cabeza y al final de la calle adyacente vi a mi ex (no merece ser nombrada), después de tantos años. Sentí incomodidad porque estoy cuidando mucho de lo que me rodeo y que pensé expresarlo en el poema, pero luego recordé: el objetivo es capturar una sensación que merezca la pena recordar.

Eché a andar en dirección contraria y llegué, escaleras arriba en un estrecho callejón, a la modesta iglesia del pueblo, donde hay un banco con vistas al feo muro, o sea, de espaldas a las vistas. Descansé mi culo en el respaldo y me encaré a la luna, recortando los contornos de las montañas, que son todavía más altas e imponentes en la oscuridad de la noche. La luna estaba casi llena, que apunta a la noche del 10-11 donde será "la luna de fresa". Allí estaba yo sola, respiré hondo, cerré los ojos y me concentré en el sonido de los cencerros. Me imaginé los brillos lunares sobre la suavidad sobria metálica. La luna embelleciendo los cencerros como si fuera su esmalte.

Me faltaba la parte final de esta estampa nocturna rural que era tan simple que le faltaba prácticamente todo para tener significado. Quería introducir un "kigo", una palabra asociada a las estaciones, un elemento cultural de la poesía japonesa. Como no había puesto cuidado en la métrica, decidí buscar algo sencillo, para el verano… cigarra (no muy acertado porque es más diurna, pero sí lo es en España). Quedan dos semanas para el inicio del verano, así que las cigarras estarían durmiendo, pero sólo una pequeña siesta, porque están a punto de despertar (en realidad de camino a casa empecé a escucharlas… haha). La imagen de la cigarra dormida es un marcador entre estaciones: el verano está ahí, latente, a punto de llegar. Y además sonríe porque quería conectar el esmalte lunar con el esmalte dental, quizá demasiado redundante pero no tan claro a simple vista. Quería expresar que el esmalte que brilla ahora en objetos inanimados pronto lo hará en la vida que canta. En general el intento de haiku es cómo he sentido esta noche como el momento justo antes del verano.


Plainly speaking, this is my first attempt to get myself outside at any time of day to walk and write. I was remembering what a haiku is and how to capture something fleeting for eternity, and this is something I truly love. Since I was little, I've created visual symbols—like fence spikes and fluorescent orange words in the night. Challenging myself daily to go out for a walk and write a haiku is amazing because walking connects me with the outside world and writing connects me with my inner world, and in the middle lies what I really want: to capture moments while I learn.

I went for a walk through this tiny high-mountain village at night, with no expectations and a calm mind, hearing the clinking of cow or sheep bells grazing nearby—a common sight after winter’s snow. I stopped several times to revisit Spanish haiku metrics, and once I heard a familiar voice. I turned and saw my ex at the end of the side street—after so many years, an uncomfortable reminder. But I remembered: the goal is to capture a feeling worth remembering.

I walked the other way, climbed a narrow alley’s stairs to the modest village church, and sat on a bench facing the wall. I faced the almost full moon, its light carving the mountain silhouettes—more imposing in nocturnal darkness. The moon pointed to June 10–11’s “Strawberry Moon.” I took a deep breath, closed my eyes, and focused on the bells’ sound. I pictured lunar glints on the bell’s sober metal surface—enamel beautified by moonlight.

I needed the final touch to this simple rural night scene: a kigo, a seasonal word from Japanese poetry. Neglecting strict meter, I chose “cicada” for summer—though diurnal in Spain, it sleeps now, on the brink of awakening in two weeks. The sleeping cicada marks the season’s shift: summer lies latent, about to bloom. And it smiles, linking lunar enamel to dental enamel—an almost subtle redundancy. This haiku is how I felt tonight: at that precise moment just before summer’s arrival.

Carla